Repasamos la obra del innovador artista franco venezolano y pensador del color a los dos años de su muerte
Por siglos, la gran mayoría de corrientes artísticas producía obras estáticas. Figuras, esculturas o pinturas carentes de movimiento, donde la destreza del artista yacía en la cuidadosa creación de elementos rígidos a partir de una técnica perfeccionada.
El movimiento cinético, una corriente artística basada en la estética del movimiento, llegó a finales del siglo XIX para cambiar esta concepción del arte, de la mano de pintores impresionistas como Claude Monet, Edgar Degas y Edouard Manet. Y no fue hasta décadas después, en los años 1960, que el arte cinético tuvo su verdadero auge, con especial representación en el campo de la escultura. Uno de sus precursores más creativos e innovadores fue el artista franco-venezolano Carlos Cruz-Diez.
Un niño enamorado del color
En la Caracas de los años 1920, en Venezuela, un pequeño Carlos veía con fascinación y jugaba con los colores de un vitral, reflejados en la mesa cubierta de un mantel blanco sobre el cual su abuela le servía el desayuno.
Desde niño, Carlos Cruz-Diez entabló una relación muy íntima con el color, dedicando toda su carrera artística a retratarlo en su expresión más original, en su estado más bruto. Considerado como uno de los grandes pensadores del color del siglo XX, Carlos Cruz-Diez tuvo una prolífica trayectoria trabajando entre sus diferentes ateliers desde Caracas, París y Panamá. Su trabajo reivindicó el arte óptico y cinético por más de 50 años, creando obras que aprovechaban medios tecnológicos para crear movimiento natural, rompiendo con la convención tradicional del arte estático.
De la ilustración y el diseño gráfico al arte abstracto
Sin embargo, como muchos grandes artistas, Cruz-Diez comenzó en el mundo creativo como ilustrador, trabajando para diversas publicaciones y periódicos venezolanos, dibujando tiras y viñetas humorísticas. Su incipiente carrera lo llevó a trabajar en el mundo de la publicidad, para la cual cursó estudios en Nueva York, y llegó a ser director creativo de la reconocida agencia publicitaria McCann-Erickson.
“Desde la escuela de Bellas Artes me preguntaba: ¿por qué todo el mundo pinta de la misma manera? Siempre es una materia aplicada sobre una superficie con un pincel.”
Años más tarde, el artista tuvo un papel predominante en el desarrollo y profesionalización de la industria editorial en Venezuela, trabajando simultáneamente como diseñador gráfico e industrial. A mediados del siglo XX, no existía una profesión formal de diseño gráfico, y las empresas buscaban a artistas plásticos como Cruz-Diez para diseñar sus empaques, productos y materiales publicitarios. De esta manera el artista contribuyó a que la industria gráfica evolucionara, de ser una empresa de técnicos y tipográficos, a una donde la sensibilidad cromática generaba una nueva forma de diseño.
El arte cinético y el op-art
No fue hasta la década de 1950 que Cruz-Diez se interesó por el arte abstracto, y comenzó a acercarse al arte europeo, viviendo por un tiempo en El Masnou, Barcelona, y viajando frecuentemente a Madrid y París donde organizó sus primeras exposiciones.
“Yo no hago esculturas, yo no hago cuadros, yo hago soportes de acontecimientos, soportes donde suceden cosas, continuamente, que se van modificando en el tiempo y en el espacio.”
Fue en Europa donde se enamoró del arte cinético, una corriente artística basada en la estética del movimiento, y en 1965, el artista logró exponer su obra en el evento cumbre del movimiento op art en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. The Responsive Eye, una de las exposiciones más importantes del museo en aquella época, exhibía obras que, según el curador William Seitz, “existían no como objetos a ser examinados, sino como generadoras de respuestas perceptivas en el ojo y la mente del espectador”. Aficionado de la naturaleza inestable del color, Carlos Cruz-Diez fue uno de los artistas del movimiento op art más emblemáticos. Como muchos otros creadores de su época, utilizaba formas geométricas para crear efectos e ilusiones ópticas estimulantes a través del uso llamativo del color.
El color como un fenómeno autónomo y participativo
A partir de 1960 el artista venezolano trabajó y vivió con toda su familia en París, desde donde comenzaría un ambicioso proyecto de vida que abarcaría toda su carrera: revalorizar el color como una realidad autónoma e inestable que se desarrollara con independencia en el tiempo y espacio, sin ayuda de la forma o necesidad de soporte físico. Cruz-Diez percibía el color no como un mero acompañante estético de la figura, sino como elemento interactivo que jugara con la percepción del espectador a través de la manipulación y posición de objetos lumínicos.
Por más de cinco décadas, el artista experimentó con una extensa variedad de obras a través del color, la luz y el movimiento, creando estructuras cromáticas con materiales no convencionales, ambientes luminosos, intervenciones en el espacio urbano y adaptaciones arquitectónicas, piezas que interactúan con el ojo humano a un nivel multisensorial, siempre enfatizando la naturaleza lúdica y participativa del color. Cruz-Diez estaba convencido de que el arte debía ser una experiencia participativa, que saliera de las paredes de museos y galerías para establecerse en el espacio público, que fuera parte de la vida social. La imagen de sus obras se va transformando a medida que el espectador cambia de posición; de esta manera, el mismo se convierte en actor protagonista del arte que observa. La obra de Cruz-Diez busca la complicidad del espectador, haciéndonos repensar las relaciones perceptivas del espacio entre arte, artista y audiencia, y cómo estas influyen en lo estético, donde el contexto y el observador ofrecen diferentes interpretaciones de la misma pieza.
Liberar el color de la forma
El debate entre el color y la forma constituyó una dialéctica constante en su obra, una última aventura casi imposible que persiguió el artista antes de morir: liberar por completo el color de cualquier soporte físico, en la búsqueda de mostrarlo casi en estado gaseoso. Cruz-Diez se mantuvo activo en la creación hasta sus últimos días de vida - aprovechando la afectuosa mano de obra de sus hijos y nietos, así como los avances tecnológicos - para imaginar cuál sería la representación visual del color en su estado más original y etéreo. Una hipótesis no solamente artística, sino científica y hasta filosófica, de ver al color como una experiencia cromática de la vida misma.
Hasta esos niveles metafísicos llegó el interés por el color de este innovador artista y pensador. Carlos Cruz-Diez falleció el 27 de julio de 2019 en París, su segundo hogar. Sus obras se encuentran en prestigiosas colecciones permanentes en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York, el Museo Nacional Británico de Arte Moderno, el Museo de Arte Moderno de París, el Centre Pompidou, y el Museo de Bellas Artes de Houston.
¿Qué te ha parecido el perfil creativo de este gran artista venezolano?
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