viernes, 14 de noviembre de 2025

La historia nunca contada de Hayao Miyazaki: el alma detrás del maestro de la animación

La historia nunca contada de Hayao Miyazaki: el alma detrás del maestro de la animación

Explora la historia menos conocida de Hayao Miyazaki, su proceso creativo y su filosofía, desde sus inicios en Toei hasta la fundación de Studio Ghibli.

Hablar de Hayao Miyazaki es hablar de uno de los creadores más influyentes en la historia de la animación. Fundador de Studio Ghibli y autor de clásicos como El viaje de Chihiro, Mi vecino Totoro o La princesa Mononoke, su cine ha transformado la forma en que el mundo entiende el dibujo animado: no como entretenimiento infantil, sino como un lenguaje artístico capaz de explorar la emoción humana con profundidad y belleza.

Pero detrás del maestro existe un hombre lleno de contradicciones: obsesivo, idealista, sentimental y, al mismo tiempo, radicalmente crítico del mundo que le rodea. Este artículo revela la historia menos contada de Miyazaki: su manera de trabajar, sus influencias, sus fracasos iniciales y la filosofía que dio forma a su universo poético. El contenido está inspirado en el documental The Never-Before-Told Story of Hayao Miyazaki y en las etapas clave de su carrera temprana.

Los inicios de un soñador obstinado

Miyazaki nació en 1941, en plena guerra. Su infancia estuvo marcada por los aviones, la destrucción y la fragilidad del Japón de posguerra. Su padre trabajaba en una fábrica de piezas para aeronaves, y esa cercanía con el mundo del vuelo encendió una fascinación que se convertiría en símbolo recurrente de su cine: volar como acto de libertad, escape y esperanza.

Aquellos años difíciles despertaron también su empatía hacia los personajes vulnerables: niñas solitarias, jóvenes atrapados en conflictos que no entienden, héroes que buscan equilibrio en un mundo roto. En los años sesenta ingresa en Toei Animation, el estudio más importante de la nueva industria japonesa del anime. Allí empieza desde abajo como intercalador, pero pronto destaca por su ambición y por su forma de pensar la animación como un todo: dibujo, movimiento, emoción y política.

En Toei conoce a Isao Takahata, figura clave en su vida. Ambos comparten un enfoque humanista y progresista, y una visión narrativa que chocaba con las lógicas comerciales del estudio. Su primera gran colaboración llega en Horus, Prince of the Sun (1968), un proyecto turbulento que los une creativamente y marca el inicio de una alianza histórica.

El nacimiento de Studio Ghibli: un refugio creativo

Tras su experiencia en Toei y una década de proyectos frustrados —como la adaptación fallida de Pippi Calzaslargas, que aun así influiría visualmente en Kiki’s Delivery Service—, Miyazaki dirige Future Boy Conan (1978), donde aparece por primera vez su estilo autoral: paisajes naturales grandiosos, acción fluida y un fuerte mensaje ecológico.
El punto de inflexión llega con Nausicaä del Valle del Viento (1984), primero como manga y luego película. Su éxito demuestra que existe público para una animación autoral, profunda y emocional. Este momento impulsa a Takahata y Miyazaki a fundar Studio Ghibli, un espacio donde crear películas sin comprometer su visión artística.
El nombre “Ghibli” —el viento cálido que sopla en el desierto— simboliza exactamente lo que buscaban: sacudir la industria con un nuevo impulso creativo.

La filosofía del estudio es clara:
• Animación hecha a mano
• Atención obsesiva al detalle
• Historias guiadas por la emoción
• Respeto profundo por la naturaleza y la infancia

El arte de crear sin guion

Quizá la faceta más singular del proceso creativo de Miyazaki es que no trabaja con guiones completos. En lugar de ello, dibuja: bocetos, escenas sueltas, emociones flotantes.

Cree que las historias deben crecer solas, sin forzar su estructura. “Si sé exactamente qué va a ocurrir —dice—, entonces ya no tiene sentido hacer la película”.

Así surgieron films como El viaje de Chihiro, inspirado por la hija de una amiga que visitaba el estudio, o Nausicaä, que nació de un solo dibujo: una chica sobre un paisaje devastado. Para Miyazaki, las imágenes llegan antes que las palabras. Su cine fluye como un sueño que se construye paso a paso, descubriéndose a sí mismo.

Temas que atraviesan su obra

La naturaleza y el equilibrio — En La princesa Mononoke, la lucha entre humanos y dioses del bosque es una reflexión sobre la necesidad de equilibrio y nuestra responsabilidad con el entorno.
La infancia y la inocencia — Películas como Totoro o Ponyo celebran la mirada limpia de la niñez: la curiosidad que transforma lo cotidiano en algo mágico.
La mujer como fuerza de resiliencia — Chihiro, Sophie, Nausicaä… Todas ellas son protagonistas complejas y valientes. Miyazaki ha explicado que la sensibilidad femenina le parece una fuerza transformadora.
El vuelo como libertad — Desde Porco Rosso hasta El castillo en el cielo, volar simboliza la posibilidad de escapar, observar el mundo desde otro ángulo y reencontrar esperanza.
Una filosofía de vida hecha cine

Miyazaki concibe la animación como una forma de resistencia ante la velocidad y el consumo. Su perfeccionismo es famoso: revisa cada plano, corrige detalles mínimos y exige dedicación absoluta. Pero también abraza la ternura del trabajo artesanal.
Su filosofía se refleja en el concepto japonés de ma, la pausa natural entre los momentos. Ese silencio presente en sus películas —el viento, el agua, un suspiro— convierte cada escena en un espacio emocional donde el espectador puede respirar.

El retiro que nunca fue

A lo largo de su carrera, Miyazaki ha anunciado su retiro en varias ocasiones, pero siempre vuelve. No por obligación, sino porque no puede dejar de dibujar.
Su filme más reciente, The Boy and the Heron (El chico y la garza), es su obra más introspectiva: una meditación sobre la memoria, la pérdida y la propia necesidad de seguir creando incluso cuando el mundo cambia.
El legado de un creador eterno

La influencia de Miyazaki atraviesa generaciones. Pixar, Guillermo del Toro, Cartoon Saloon y numerosos artistas contemporáneos reconocen su impacto.
En una era dominada por lo digital, su obra reivindica la lentitud, la emoción y la imperfección como valores esenciales. Su cine no busca deslumbrar: busca enseñarnos a mirar el mundo con más sensibilidad.

Hayao Miyazaki no es solo un cineasta. Es un filósofo de la imaginación. Dibuja mundos fantásticos, sí, pero también dibuja una forma más humana y atenta de mirar el nuestro.
Porque, al final, Miyazaki no dibuja solo mundos mágicos: dibuja la manera en que deberíamos mirar el nuestro.

martina_sunsanchez

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