Descubre la historia de Zelda Fitzgerald, la "musa" y escritora a quien plagió su afamado marido
Muchos la conocen simplemente como “la esposa del famoso novelista F. Scott Fitzgerald”, pero Zelda Fitzgerald fue siempre mucho más que eso. Considerada un icono de la década de 1920 y una de figuras más relevantes de la llamada Jazz Age, fue de las primeras flappers.
Una generación de mujeres que no se ponía corsé, llevaban faldas a la altura de la rodilla (algo considerado escandaloso en ese momento), se cortaban el pelo al estilo bob, escuchaban jazz, bebían en público y, en definitiva, mostraban abiertamente desprecio por lo que se consideraba entonces “comportamiento aceptable”.
Pero más allá de eso, Zelda era artista. Una bailarina, pintora y sobre todo, escritora. Lo que no sabe mucha gente, y quizá la historia de la literatura y el arte se ha encargado de ocultar, es que parte de la fama de F. Scott Fitzgerald como escritor se la debe a ella: tanto por utilizarla como musa… como por robarle ideas y escritos sin ningún tipo de escrúpulos. Descubre su historia a continuación:
Una rebelde desde pequeña
A principios del siglo XX en el sur de Estados Unidos, se esperaba de las mujeres un comportamiento complaciente y dócil. Zelda Sayre, nacida en Montgomery, Alabama, en 1900, era todo lo contrario: activa, rebelde y provocadora. Bailaba, bebía, fumaba y buscaba activamente desafiar las convenciones de la época.
Se dice que incluso se bañaba usando bañadores del color de su piel, para alimentar los rumores que comentaban que se bañaba desnuda en público. Un artículo sobre una de sus actuaciones de baile comentaba que a Zelda solo le interesaban “los chicos y el nadar”.
No es raro que un joven Scott Fitzgerald, el que más tarde sería considerado uno de los escritores más brillantes de los Estados Unidos, se enamorara perdidamente de ella en 1918 cuando fue destinado a Alabama durante su carrera militar. Él tenía por aquel entonces 22 años. Ella, 18.
Una pareja de película
Zelda y Scott encajaron desde el primer momento: atractivos, inteligentes, con inquietudes artísticas y un talento innato. Durante sus primeros años de noviazgo, Scott tenía entre manos el libro This Side of Paradise
, el cual acabó reescribiendo para basar uno de sus personajes en Zelda. A medida que la relación avanzó, el papel de Zelda en lo que escribía Scott también lo hizo: Zelda le permitió leer su diario, del cual el escritor copió fragmentos enteros y los incorporó en su libro, sin reconocer sus contribuciones.
Cuando This Side of Paradise se publicó, el éxito fue abrumador y eso catapultó a la pareja a la élite social del momento. Scott bautizó a Zelda como “la primera flapper de Estados Unidos”, y ella se convirtió en todo un icono. Más tarde, cuando Zelda, delirando después del parto de su primera hija, dijo “espero que sea hermosa y tonta, una tontita hermosa”, Scott puso esa frase en boca del personaje de Daisy de su libro El Gran Gatsby.
Los primeros años de matrimonio se caracterizaron por los excesos, las fiestas y el alcohol. El nacimiento de su hija no les detuvo, y se valieron de sirvientes y niñeras para poder seguir manteniendo ese ritmo de vida insostenible.
De musa a escritora
Las fiestas desenfrenadas acabaron llevándoles a una etapa marcada por las infidelidades, dificultades económicas y muchas discusiones. Muchas de ellas, provocadas directamente por los celos que sentía Scott. Uno de los primeros desencadenantes de este conflicto se produjo cuando Scott iba a publicar The Beautiful and Damned y The New York Tribune le pidió a Zelda que escribiera la crítica del libro en su periódico. En su mordaz artículo, Zelda exteriorizó por primera vez lo que llevaba pasando desde que habían empezado su noviazgo:
“Me parece que en una página reconocí un fragmento de un viejo diario mío, el cual misteriosamente desapareció poco después de mi boda y, también fragmentos de una carta, la cual, considerablemente editada, me resultó familiar. De hecho el señor Fitzgerald — me parece que así es como escribe su nombre— parece creer que el plagio comienza en el hogar.”
A pesar de que el comentario era jocoso, ese tema se convirtió en uno de los motivos de sus numerosas discusiones. Y cuando a Zelda le empezaron a llegar peticiones para escribir libros y artículos, Scott se mostraba cada vez más resentido. El hecho de que su “musa” pudiera cosechar sus propios éxitos tratando temas que él quería utilizar en sus novelas hizo que su relación se deteriorara cada vez más.
Cuando la pareja se mudó a París, las largas horas que Scott se pasaba intentando escribir El Gran Gatsby llevaron a Zelda a conocer y enamorarse del piloto francés Edouard Jozan. Cuando le pidió a su marido el divorcio para poder empezar una nueva vida con su amante, Scott no solo no se lo concedió, sino que la encerró en la casa hasta que retiró la petición. Poco después, Zelda intentó suicidarse por primera vez.
El declive de la primera “flapper” del mundo
Las discusiones y tensiones fueron cada vez a peor, así como la salud mental de Zelda. En la década de 1920, el comportamiento de Zelda se fue volviendo cada vez más errático, y el resentimiento que albergaba su marido, en esta época dado al alcoholismo, no hizo sino empeorar. Zelda decidió dedicarse a la danza, y aunque consiguió avanzar mucho en su carrera, el desprecio de Scott por su intento de convertirse en bailarina la acabó desanimando tanto que rechazó la oferta de la prestigiosa escuela de la Compañía de Ballet de la Ópera de San Carlo en Nápoles. Sus fiestas, antes glamurosas, eran ahora destructivas y decadentes. Finalmente, en 1930, Zelda fue ingresada en un sanatorio en Francia donde se le diagnosticó esquizofrenia.
Cuando la avisaron de que la salud de su padre se estaba resintiendo, el matrimonio volvió a su pueblo natal, Montgomery, donde Scott la dejó sola para irse a Hollywood sin ella. Tras la muerte de su padre, su salud mental se deterioró más aún, y empezó a entrar y salir de sanatorios con frecuencia.
Pero ni siquiera esas circunstancias hicieron que se apagara su afán creativo. En 1932, mientras estaba ingresada, escribió una novela completa, semi autobiográfica, llamada Save Me the Waltz, y se la envió al editor de Scott. Cuando Scott la leyó, su reacción fue visceral y furiosa: le envió múltiples cartas reprendiéndola por lo que había escrito.
En realidad, su reacción se debió a que él planeaba utilizar ese material para su libro Tender is the Night que no terminaría hasta pasados dos años más. Para tener suficiente material para su novela, Scott obligó a Zelda a eliminar lo que él quería usar. La versión fuertemente modificada se publicó sin éxito. Irónicamente, su propio marido se sumó a las malas críticas, llamando a Zelda “una escritora de tercera” y a su obra “un plagio”, acusándola de lo que él había estado haciendo durante gran parte de su matrimonio. Save Me the Waltz es la única obra que vería publicada en vida, y supuso para ella una terrible decepción que la hundió todavía más. El legado de una generación de mujeres
Años después de la muerte de Scott, Zelda, ingresada de nuevo en un sanatorio, y pese a su devastadora experiencia con Save me the Walz, volvió a escribir otra novela titulada Caesar's Things. No obstante, no la pudo terminar, ya que murió en un incendio en la habitación donde la habían encerrado mientras esperaba su terapia de electroshock.
Sin embargo, este triste final tiene también su lado positivo. Aunque su marido Scott Fitzgerald sigue siendo reconocido como uno de los escritores más relevantes de Estados Unidos, poco a poco la figura de Zelda se ha ido reivindicando gracias sobre todo a las biografías que se han publicado sobre ella.
La escritora Deborah Pike en su biografía la considera una importante contribuidora a la historia del arte. Tanto su obra, como las dificultades a las que se tuvo que enfrentar, ayudan a poner en relevancia la perspectiva femenina en el arte de la época. Su obra, tanto la que se publicó como la que no, ofrece una reflexión sobre la modernidad, las enfermedades mentales, y el plagio.
Por su parte, Nancy Milford escribió Zelda: A Biography, que se convirtió en un éxito en ventas y supuso el resurgimiento de la figura de Zelda: un icono feminista, víctima de un marido controlador que no soportaba compartir su éxito.
Gracias a estas escritoras, que prestan sus palabras a otra que no pudo expresarse, el gran público empieza a conocer a Zelda Fitzgerald: ya no como “la esposa de Scott Fitzgerald”, sino como una mujer inteligente, rebelde, con talento, fuerza e identidad propia.
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