domingo, 7 de abril de 2019

Tute: "los humoristas tenemos a la gente de nuestro lado"

Tute: "los humoristas tenemos a la gente de nuestro lado"

El humorista gráfico argentino, Tute, visita el Cómic Barcelona 2019. Hablamos con él sobre el valor del humorista, el camino para hallar un estilo propio y la influencia de su padre, el también dibujante Caloi

La rica tradición del humor gráfico argentino está a salvo en manos de dibujantes como Tute (Juan Matías Loiseau), del que el propio Quino ha dicho que es el mejor representante de su disciplina surgido en los últimos
años. Hijo del también emblemático humorista gráfico Carlos Loiseau, Caloi, Tute consigue plasmar con sencillez y elegancia, en sus tiras diarias o en sus páginas dominicales, muchas de nuestras obsesiones contemporáneas: la tecnología, las relaciones sentimentales, la política, el medio ambiente...

Pero Tute es un artista polifacético que escapa de la definición más estricta del humorista gráfico, como bien nos explicó durante la entrevista en el Cómic Barcelona 2019. Presente en España para presentar su "antinovela gráfica", 'Dios, el Hombre, el Amor y Dos o Tres Cosas Más', aprovechamos para repasar la carrera de Tute y aprender de la experiencia de uno de los mejores humoristas gráficos contemporáneos.
Si alguien nunca hubiese oído hablar de ti, ¿a qué le dirías que te dedicas?

Me dedico al dibujo, soy dibujante. Esa es mi actividad troncal. Pero soy un inquieto, así que hago de todo un poco: me voy del humor gráfico y por ahí hago un poco de cine, o escribo algún poema, o hago canciones, o dibujo para animaciones, o hago un programa de radio o de televisión, de entrevistas… Me gusta salirme del corsé, digamos.

¿En qué momento dijiste “quiero dedicarme a esto”?

Yo soy dibujante desde que pude levantar un lápiz. Como todos, ¿no? Todos empezamos dibujando. Ahí, pegadito con la palabra viene el dibujo y es nuestra primera forma de expresarnos, de tener esa capacidad de abstraer una idea o un sentimiento y expresarlo con líneas. La diferencia entre nosotros, los dibujantes profesionales, y el resto, es que en un momento dejan de dibujar. Se llenan de prejuicios, se los mutila como dibujantes. Se les llena de teorías de cómo deben ser los dibujos: “esto son los márgenes, esto son los límites…” Pero, inicialmente, de chicos, todos dibujamos y expresamos no solo ideas sino fundamentalmente sentimientos.

Yo ya soñaba con ser dibujante de chico, soñaba con que se convirtiera en mi trabajo. Después sí es cierto que en la adolescencia surgieron algunas dudas respecto de si estaba capacitado para ser humorista gráfico, ya que ese es un trabajo intelectual, no es solamente dibujar y expresarse con fluidez en ese terreno. Además, hay que tener ideas ingeniosas, que tienen que llegar a un público grande… ahí sí que tuve alguna duda, me puse a pensar ideas para ver si, además de dibujar, podía producir humor y una vez me di cuenta de que salían, ya no tuve dudas de que ese era mi camino. ¿Y a qué crees que te hubieses dedicado si al final no hubieses acabado siendo humorista gráfico?

Podría ser muchas cosas. Yo empiezo a hacer películas y me digo que esa podría ser mi vida; empiezo a hacer poesía y pienso que también podría dedicarme de lleno… actualmente, hago canciones: acabo de sacar un disco de canciones mías, con algunos invitados y es una puerta que se me abrió y que también me tienta muchísimo. Perfectamente podría dejar de dibujar; lo que no podría dejar de hacer es contar historias, dejar de analizar las cosas a través de alguna rama del arte.

¿Quiénes dirías que son tus maestros en esto del humor gráfico?

Tengo muchos maestros, tanto directos como indirectos. De manera directa, digamos, formalmente, tuve a Carlos Garaycochea y a Eduardo Ferro, dos viejos dibujantes argentinos que dejaron una gran obra. Garaycochea tenía una escuela de humorismo, donde se dictaban cursos no solo de dibujo sino también de arte digital, de caricatura, de ilustración… y humor gráfico, donde por supuesto me anoté.

Fuera de los maestros directos, mi padre, Caloi, fue un gran maestro también; aunque nunca me dijo cómo tenía que hacer las cosas, aprendí mirándolo, viendo cómo era su proceso. Quino y Fontanarrosa cerrarían este grupo de tres grandes maestros que tuve. Se suele hablar sobre los puntos de unión entre tu trabajo y el de tu padre, pero, ¿qué crees que os diferencia?

Hace ya muchos años que se distinguen nuestros trabajos. Tengo la sensación de haber quedado mirando el mundo desde la misma vereda, pero el dibujo es distinto, nuestra manera de abordar las cosas también… algunos gustos son compartidos, como cierta melancolía, cierta nostalgia… Pero el método de laburo también es muy distinto: mi viejo usaba regla, hacía todo artesanalmente… es muy distinto, visual y gráficamente.

En el año 2009 hice una exposición con mi viejo en España, que fue la primera y la última, y fue lindo porque ya para ese entonces ya estábamos bien diferenciados, y convivían mis dibujos con los suyos en las paredes y ya se distinguían. Fue bien lindo.

¿Y a quiénes destacarías de las nuevas generaciones?

Acá en España, me gusta mucho lo que hace Flavita Banana. Además de ser mujer, que en el humor gráfico no abundan, me parece súper incisiva, súper inteligente, y creo que ha resuelto su estilo con una línea muy personal y sintética.
¿Podrías explicarnos cómo es tu proceso creativo? Desde que se te ocurre una idea hasta que se publica en La Nación.

Mi proceso creativo es bastante cambiante. En general, consiste en pensar una idea, que para eso necesito silencio, luego dibujarla y aplicarle el color en la computadora. Pero, por ejemplo, en la página dominical, es bien distinto. No uso lápiz, y el boceto de la idea es el original. Por eso suelen aparecer tachaduras, correcciones, páginas con dos finales… es un espacio de mucha libertad y que además arranca con una punta de idea, apenas, y el resto lo voy encontrando en el camino. Como un juego de libre asociación de ideas, dejando que ese primer impulso del dibujo exprese la idea, que suele tener una potencia gestual muy distinta a la de un original previamente pensado, bocetado, pasado a lápiz, a tinta… tantas etapas van endureciendo lo original. En las dominicales esa cosa original queda hasta el final.

¿Qué supone tener que producir de una manera tan veloz?

Produce sorpresa, sorpresa en mí mismo. Muchas veces, cosas que he volcado en esas páginas me terminan sorprendiendo por tener un saber acerca de mí que yo desconocía. De todos modos, mi tira diaria sí que es bastante reposada: sigo todo el proceso que te he comentado antes, desde la idea original hasta los colores. Es en la dominical donde pienso menos las cosas, y es que en ella vale todo: páginas de humor pero también tristes, dolorosas, he ilustrado poemas ajenos y propios, canciones… se murió mi viejo y me despedí desde ese espacio de él… utilizo ese
espacio para lo que necesito.
¿Cuánto te costó hallar tu estilo de dibujo?

El estilo siempre lleva tiempo. Es el producto de la maduración, y para eso no hay atajos. Creo que el estilo tiene que ver con una búsqueda personal: primero saber quién es uno, para que después el resultado de esas búsquedas de un trazo, un modo de expresar las ideas propias. Y así se va conformando un estilo, que también es algunas astucias que uno va aprendiendo en el camino y algunas limitaciones que uno va reconociendo como propias.

¿Te sientes identificado con algunos de tus personajes o los observas desde fuera?

Siento identificación con mis personajes, porque, de algún modo, todo lo que voy haciendo es sutilmente autobiográfico. Todo lo que hago es lo que anda circundándome. Laburo con dos paisajes muy claros: el que me rodea, con la gente a la que quiero y la gente a la que observo, y el paisaje interno, que es donde se juegan las cosas propias. Puedo estar haciendo un personaje femenino, o un niño, y seguirá estando cargado de cosas que a mí me interesan y que me tocan de alguna manera. Hay una frase de Fontanarrosa: “el humor no debe ser risa. Sí sonrisa. Y, de ser posible, llanto amargo”. ¿Qué opinas tú de esta afirmación?

¡Qué raro que Fontanarrosa haya dicho eso! Parece más de Quino. Pero estoy de acuerdo: yo creo que el humor puede ser muchas cosas, y encorsetar la idea de lo que es el humor o qué debe producir me parece limitante. Puede servir para acompañar, puede servir para analizar una noticia, para dilucidar una realidad, para descorrer un velo más íntimo o más personal, puede servir para mejorar un día… Hay quien me escribe diciéndome que le mejoré la tarde, y hay quien me escribe diciéndome que le di pura carcajada, ¡y eso está genial! Pero el humor puede ir más allá, y puede prescindir del objetivo de mover a la risa. Para mí, más que un género es una disciplina amplia, donde cabe el drama, la tristeza… donde cabe la vida.

¿Notas una evolución en tu obra, desde que empezaste? No solo a nivel gráfico, sino en tu forma de enfrentarte al humor.

Creo que, naturalmente, todo artista sufre una evolución. Para mí fue muy grande el cambio que comentábamos ahora, el de dejar de pensar en el humor como un género que exclusivamente debe tener como objetivo hacer reír, y empezar a pensarlo como el cine, que puede permitirse tanto el drama, como la comedia, como el absurdo, como el humor más negro… y así uno puede expresar cualquier idea, y no tener que pensar exclusivamente en la risa. Que quepa también el pensamiento, la reflexión, la tristeza… que sirva para atravesar un fantasma, también, el humor. Precisamente porque el humor causa la risa se suele considerar como algo ligero, y mucha gente no se lo toma muy en serio. Es como si el drama estuviese en un escalón y el humor estuviese en otro, más bajo.

Es cierto lo que decís, pero como contrapartida tenemos a la gente de nuestro lado. El humor no se cuelga en los museos, pero está muy cerquita de la gente, el humor es popular. Y yo prefiero eso.

¿Cuál es el valor de los humoristas en momentos de crisis como el que atravesamos?

Es fundamental, por esto que hablábamos ahora. El humor nos sostiene y nos salva de alguna manera. Es en los momentos más dramáticos en los que aflora con más relieve, ya que creo que el humor es un mecanismo de defensa, tanto como individuos como sociedad, cuando tenemos que enfrentar políticas nacionales o internacionales tan agresivas. Ahí aflora el humor y nos defendemos con él.

¿Tiene límites el humor?

Creo que no debería tener límites, pero en la realidad los tiene. Cuanta más libertad haya en el humor, mejor. Pero tiene límites, y son los de cada autor y los de cada medio. Dependerá de la línea editorial de esos medios y de sus intereses, que delimitarán una cancha sobre la que el humorista juega.

¿Qué te hace reír a ti?

A mí me gusta mucho detectar pequeñas cosas, me dedico fundamentalmente a encontrarlas en la conducta humana. Y eso me divierte mucho: encontrar pequeños hallazgos respecto de actitudes, de por qué somos como somos, de por qué decimos lo que decimos, qué esconde todo esto… ese tipo de cosas me interesa mucho investigarlas, y me divierten. Pero en el campo del humor, en general, me río tanto con las procacidades de mis amigos más vulgares como con el humor de Borges o de Les Luthiers. ¿Qué consejo darías a alguien que está empezando en esto?

Que dibuje mucho, que lea mucho, que observe a los maestros… que el humor no se aprende solo leyendo a humoristas, que hay que ampliar el espectro, que hay que ver mucho cine, escultura, pintura… y estar cerca de la gente. El humorista, en general, es ante todo un observador, así que hay que estar con el ojo abierto y la oreja atenta.

Tus ilustraciones han aparecido en series de animación, discos de música o incluso botellas de vino. ¿Qué te gustaría hacer que todavía no has hecho?

Muchas cosas. Me gustaría pintar, me gustaría dedicarme a ello en algún momento. Me gustaría hacer un largometraje. Y seguramente algunas otras cosas que hoy no me imagino, porque lo lindo de este camino es que está lleno de puertas que se abren y de otras que están ahí, por abrirse. Te puede interesar

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ricardojornet

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